Violencia sexual

Ojalá nuestras vidas no sean solo discurso.

Mujeres en Movimienta
12 min readAug 3, 2021

Por: Zitry Girón

Estoy a semanas de cumplir 27 años y me parece casi un milagro que esté acá escribiendo esto. Este ha sido un año sumamente difícil para mí, difícil de sobrevivir, mucho más de vivir. A principios de marzo, sólo unas horas después de que muchísimas mujeres diversas estuvieran en las calles exigiendo condiciones de vida dignas y visibilizando infinidad de violencias que nos afectan, me violaron. No hay manera fácil de escribir esto, tan solo recordar me hace querer vomitar. Aproximadamente un mes después, me violaron por segunda vez en el año, otro hombre y en otro contexto.

El dolor, la confusión y la culpa me quemaban desde dentro, arrasaron con todo, quedando solo un vacío enorme. Nunca en mi vida había estado tan triste, pasé días enteros llorando amargamente. Me era sumamente difícil levantarme de la cama. Mis actividades diarias se redujeron a esconderme en el rincón más oscuro que pudiera encontrar, y deshacerme en lágrimas. El único deseo que le quedaba a mi corazón era el de morir. Pasé meses sin poder hablar con nadie, la depresión no me dejaba, me sentía una carga. Cuando lograba comunicarme, solo podía hablar de mi tristeza infinita, de lo mucho que quería morir y evidentemente llorar. Me aislé de todas las personas que pude, olvidé que existía la felicidad. Los planes sobre mi suicidio eran semana a semana más detallados. Estaba muerta en vida, me lograron matar.

Todo empezó cuando en algún momento; la indignación por todo lo que estaba mal a mi alrededor, y las múltiples opresiones que me atravesaban el cuerpo; me llevaron a intentar organizarme. Definitivamente no podía salvar el mundo sola, pero quizás sí podía ayudar a defender la educación pública. Como estudiante san carlista comencé a conocer al movimiento estudiantil universitario (MEU), y a las personas que lo conformaban. No tardé en notar las fracturas internas y las disputas por la legitimidad, así como la normalización de la violencia.

A quién no conozca el MEU, se lo podría describir (hiper simplificando) como un juego de matado, donde el equipo A es muy cauteloso con su accionar, tiene conocimientos en comunicación aplicables a redes sociales y firma legal. Mientras, el equipo B tiene fuerza bruta y la valentía/impulsividades necesarias para llevar a cabo acciones no legales, con tal de intentar alcanzar sus objetivos (la mayor parte de mi relato va dirigida especialmente a esta facción, porque es con la que he tenido mayor cercanía). En general, observarles es ver como tratan de matarse mutuamente, en contadas ocasiones pueden poner sus diferencias de lado para trabajar en conjunto. Por si fuera poco, no solo hay violencia entre equipos sino también dentro de ellos, después de todo somos una sociedad herida, y el que está herido y no se sana, lastima.

Es en este contexto que conocí a Nestor (Tzep Ramírez), el camarada que me violó el 9 de marzo. Creo que es normal relacionarnos de manera afectiva, con las personas con las que creemos compartir luchas e ideales. Formamos lazos, creamos amistades, tejemos relaciones. Yo me enamoré de Nestor dentro del movimiento; tuvimos una relación que duró varios meses, en los cuales vivimos juntos la mayor parte del tiempo; compartimos muchísimas cosas, en algún momento él fue mi lugar seguro.

Como cuenta la genérica historia de violencia doméstica, al principio era una relación hermosa, hasta que solo dejó de serlo. Comenzó con una infidelidad, que tiró la fila de dominós llamada -crónica de una depresión anunciada- que me fue imposible detener a tiempo. Vivimos en una pesadilla de verdades a medias, engaños y manipulación emocional por meses. Fue un tiempo difícil, yo me volví súper desconfiada y ansiosa. Dejé de dormir y comer, intentaba todo el tiempo leer sus mensajes (como quien busca desesperadamente el cadáver que sabe está enterrado en el patio). Comencé a tener todo tipo de actitudes autodestructivas, la incertidumbre y dolor de esa relación me tenían como zombi. A cualquiera que haya vivido una situación de violencia doméstica, no le será raro leer lo difícil que es alejarse de la persona, o lugar que le lastiman. Justamente eso me pasó a mí, no me podía alejar, lo intente muchísimas veces, pero siempre terminaba regresando.

Un día cuando ya todo entre nosotros estaba muy mal, llegué a la casa comunal donde él y otros amigos vivían. Él estuvo bebiendo toda la noche con personas que lo habían llegado a visitar y yo estuve con unos amigos. En la madrugada llegó a buscarme, me dijo que quería hablar y yo accedí a ir con él. Fuimos a su cuarto (que alguna vez había sido nuestro cuarto) y comenzamos a pelear como ya era rutina. Ese día la pelea fue más intensa de lo que acostumbrábamos, lloraba reclamándome cosas, decía que era mi culpa que él estuviera así, que nadie me iba a amar como él, me gritaba que me fuera y luego no me dejaba salir, incluso me cerró la puerta de un golpe cuando yo la intenté abrir. Fue una escena horrible, sin embargo, era solo el primer acto de la noche.

Luego de aproximadamente una hora logré salir, un amigo me acompañaba por las escaleras cuando Nestor apareció, diciendo que quería hablar conmigo, que me amaba, que se sentía mal, que se sentía arrepentido. Estoy segura que en este punto de la historia no faltará quien piense -obviamente después de lo que acaba de pasar no te fuiste con él, si te pasó algo luego de esto es tu responsabilidad- porque yo también lo pensé en algún momento, pero no, no es mi culpa lo que estaba por pasar y sí, sí deje a mi amigo y me fui con Nestor. Terminamos en el cuarto teniendo sexo, era algo que hacíamos usualmente luego de pelear, en algún momento comenzó a golpearme, le dije que parará porque me dolía y siguió golpeándome. Llevaba todo el rato insistiendo que quería tener sexo anal, yo le dije muchísimas veces que no, cuando súbitamente introdujo su pene en mi ano, me quité. Recuerdo haberle dicho que qué le pasaba, que yo le había dicho que no quería, a lo que él respondió — Sos mi puta y yo hago con vos lo que quiera, aquí las cosas se hacen como yo quiero — . Poco después quedó tirado, casi inconsciente, estaba muy ebrio y luego se quedó dormido. Como buena pareja tóxica que era, revisé su teléfono y tenía conversaciones con aproximadamente 10 mujeres diferentes, la mayoría eran de esa noche estando ebrio. Algunos eran mensajes súper toscos, descontextualizados y no solicitados sobre su deseo sexual hacia ellas, su apariencia, o sobre cómo ellas podían ser el amor de su vida. Recuerdo que me sentí profundamente asqueada y dolida.

Al amanecer me fui, lastimada de todas las formas posibles. Recuerdo sentirme muy asustada cuando en el baño vi que sangraba, no sabía qué hacer. Ese día, él me bombardeó con mensajes de arrepentimiento y amor, yo me sentía rota. Recuerdo que mi mente en ese momento de crisis solo podía pensar en 3 opciones: la primera era no hacer nada, la segunda era una un/escrache en redes sociales y la tercera era una denuncia legal. Pensé en la izquierda de Guatemala, en todas las denuncias públicas que compañeras han hecho a varios de sus líderes y miembros, en cómo la respuesta casi automática de la media de la población es ‘‘¿por qué no denunció a tiempo?’’ Como si existiera un tiempo correcto para hacer algo tan difícil como denunciar, o el típico ‘‘¿acaso tiene pruebas?’’

Me lo imaginé a él dentro de 20 años, dirigiendo alguna organización de la sociedad civil, me helaba pensar que lo que había pasado conmigo le podía pasar a alguien más. Yo estaba muy confundida y llena de dolor; denunciar a alguien que una ama es un terremoto emocional, pero estaba segura que quería establecer precedente suyo en la fiscalía; por si en un futuro alguien más lo llegara a denunciar. También sabía que las pruebas de la agresión que aún estaban en mi cuerpo, no iban a estar allí por siempre. Un amigo me acompañó al MP, fueron 10 horas entre salas de espera, interrogatorios incómodos y un examen físico que se siente casi como si te estuvieran violando de nuevo. Recuerdo cómo me explicaban que muy posiblemente mi denuncia no iba a proceder porque yo había accedido a tener sexo con él al principio y porque él era mi pareja, también me dijeron que si me daba cuenta que con lo que estaba haciendo le iba arruinar la vida. No sé si no me alcanzan las palabras o la habilidad para usarlas para describirles aquello que yo estaba sintiendo en ese momento. Salí de la fiscalía sintiéndome mucho peor de cómo me sentía al entrar. Regresamos de madrugada a mi casa, yo no pude dormir, pero sí que pude llorar. En ese momento comencé a querer morir, me sentía Judas, sentía que lo estaba traicionando, que por mi culpa se iba a ir preso, como si él en algún momento hubiera pensado en mí antes de lastimarme, de violarme.

Pasé como 10 días sin hablarle, hasta que no pude más con la culpa y decidí llamarlo para contarle que le había puesto una denuncia por lo que él me había hecho. Yo sé que mucha gente leyendo podría no entender esto. La verdad es que yo tampoco sé cómo funcionan las emociones o la mente, no es mi campo de estudio, solo les puedo decir que yo sentía un nivel de culpa colosal, y que el apego que nosotros dos nos teníamos era muy grande. Cada vez teníamos peleas más fuertes y se sentía más rico ese momento de paz cuando nos reconciliábamos, que fue exactamente lo que pasó luego de esa llamada.

Nestor nunca fue más cariñoso y atento conmigo, que las semanas posteriores a la violación (ajá). En algún momento hablé con la auxiliar fiscal que llevaba mi caso, le dije que no quería continuar el proceso, el desgaste emocional y mental que conllevaba seguir la denuncia legalmente no lo valía para mí. Además, yo genuinamente no quería que él fuera a la cárcel, solo quería que nunca más le hiciera a alguien lo que me hizo a mí. En algún momento lo hablamos, él obviamente me aseguró que nunca más iba a pasar, que había dejado de beber, que solamente por estar tan ebrio no se había podido controlar (aunque acá todxs sepamos que el alcohol no es excusa para violar); hablamos de recibir terapia psicológica, él dijo que lo iba a hacer; qué iba hacer lo que fuera necesario, para asegurarme que eso nunca iba a pasar de nuevo. Hasta donde sé, él no ha empezado ninguna terapia que lo ayude a reconectarse con sus emociones, a trabajar su misoginia internalizada, o solo a procesar todos esos meses de relación violenta que tuvimos.

Luego la vida siguió su curso, me violaron nuevamente, alguien que no conozco, en una situación completamente distinta. Nunca le dije a Nestor lo que había pasado, a pesar de que todavía hablábamos, mi inestabilidad emocional se agudizó, él intentó acompañarme un tiempo después de que empeorara, pero eventualmente mi depresión lo alejó a él también, ahora ya nunca hablamos.

Quiero contarles que, mientras escribo esto, he tenido que parar varias veces para llorar. Los recuerdos de lo que estoy narrando siguen siendo muy dolorosos. También quisiera explicar que tengo una contradicción muy fuerte, en cuanto a mi percepción de Nestor. Por un lado, está mi parte racional (reforzada por las palabras de mis amigas) que me dice que sí te violenta no te ama, que pueden ser muchas cosas para las que no tengo nombre, pero no amor. Pero por el otro lado está mi parte emocional, la que, a pesar de todo, le sigue teniendo mucho cariño y se niega a aceptar que él no me amaba. Recuerdo, sin querer, muchas situaciones en las que el cariño se sentía tan genuino y solo no puedo procesar que eso no fuera real. Espero que con el tiempo y la terapia esta contradicción aterrice en algo que me conflictúe menos, espero que en algún momento todo esto pueda tener algún tipo de sentido.

El MEU como reproductor de violencia machista

Escribo esto no porque crea que Nestor sea un monstruo, porque honestamente no lo creo. Solo creo que tanto él como la mayoría de hombres, son seres completamente funcionales para el sistema (capitalista heteropatriarcal); el patriarcado los arruinó como seres humanos y ellos no han querido arreglarse. Aunque, yo los entienda como producto de una sociedad enferma y no como monstruos, sí creo que cada quien debe hacerse responsable de sus actos y el daño que generan en terceros.

El machismo es algo tan común, pero nada normal. Yo entiendo que esa sea la realidad del mundo y de mi país. Pero me duele muchísimo, que incluso, los espacios que deberían ser seguros; porque es donde se agrupa la gente que se asume consciente, y que defiende derechos humanos; estén tan llenos de misoginia, y otros tipos de violencia. Me parece que en el movimiento estudiantil actualmente (en una de sus ramas, -el equipo B-), se adoptan discursos muchas veces basados en el ideal del guerrillero martirizado, con una gran necesidad de sufrir o sacrificarse para que el activismo sea validado, aceptando así, acríticamente, varias manifestaciones de violencia.

No se hace una crítica profunda a los movimientos de izquierdas de la historia contemporánea, ni al movimiento actual. Adoptando así, sin mayor análisis, la arcaica idea de que: la opresión más importante es la de clase, dejando de lado a los otros sistemas de dominación que trabajan conjuntamente al capitalismo.

Las expresiones de violencia machista que he vivido, o que compañeras han vivido dentro del movimiento estudiantil son muchísimas. Van desde las más leves como el mansplaining, hasta el hostigamiento y la violación.

Entonces quizá ustedes no violen, digo quizá, porque sé de al menos un caso más en el que un representante estudiantil violó a quien era en ese momento su novia, y estoy segura que hay más casos. Pero creen que el feminismo es una lucha secundaria. Se la pasan explicándoles a sus compañeras cosas que ellas ya saben. No cuestionan que se le dé prioridad a las voces masculinas en los espacios de toma de decisión. Les cuesta aceptar un no por respuesta. Carecen de habilidades básicas de autocuidado, como limpiar, cocinar, etc. Ven a las mujeres como simple entretención o trofeos. Emplean frases como: no seas marica o pareces mujer para ofenderse. Hay una infinidad de expresiones machistas, y muestras de violencia que deberíamos cuestionarnos ya, porque ¿de qué nos sirve un movimiento estudiantil rancio y violento, que tiene como prioridad al hombre hetero-cis como sujeto político?

¿Amistad o pacto patriarcal?

Quisiera apelar no solo a la construcción de un movimiento estudiantil menos violento, sino a la construcción de amistades más puras, desde la ternura y la honestidad radicales. Tal vez ustedes no la están cagando o no la están cagando tanto, pero sus amigos sí y ustedes lo saben ¿de qué sirve que se queden calladxs? A su amigo el que está violentando no le sirve de nada, no lo están ayudando a crecer, solo le están enseñando que está bien ser violentos con otrxs, que eso en su relación de amistad no tiene implicaciones negativas, que ustedes van a estar incondicionalmente no importa qué ¿les digo cómo se llama eso? Pacto patriarcal y lo podrían confundir con amistad, pero no es lo mismo.

Es normal que tengamos internalizadas y normalizadas maneras poco sanas de relacionarnos. A mí la cultura me enseñó que el verdadero amor perdona, que la culpa en casos de violencia es de la víctima, que el ideal en cualquier tipo de relación (familiar, de amistad, de noviazgo, etc.) es la lealtad ciega y absoluta. Al pertenecer a la misma sociedad yo podría asumir que ustedes aprendieron lo mismo o algo muy similar.

Pienso en mi amiga Fátima (quien me ha acompañado de cerca en todo este proceso), en las posibles reacciones que ella podría tener si en algún momento, se enterara que yo violenté a alguien. Me la imaginó recibiendo la noticia de que tengo una denuncia por violación, y dentro de los posibles escenarios en ninguno ella actuaría como que no pasa nada, o se quedaría solo en hacer bromas al respecto (que es algo muy común en los grupos de hombres). Me la imagino desde interpelándome, mandándome a terapia, hasta decidiendo alejarse de mí. Yo dudo mucho que entre ellos la interpelación exista.

La amistad te ayuda a crecer, te confronta con tus contradicciones, te interpela, te muestra cuando no hiciste algo bien, cuando no trataste a alguien bien. No te consiente acríticamente todos tus caprichos y violencias, la lealtad ciega no es amistad. Aunque, la amistad real puede ayudarnos a crecer, cada unx debe aprender a ser autocríticx. En especial, si se forma parte de algún movimiento social. No puede ser que digamos defender los derechos humanos, mientras seguimos reproduciendo patrones violentos y oprimiendo a otrxs. Debemos buscar congruencia. Igualmente debemos reconocer que no todo lo podemos hacer solxs. Muchas veces es necesaria la ayuda de un profesional de la psicología, para trabajar temas tan profundos y delicados como la violencia internalizada.

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Organización de Mujeres indígenas, mestizas diversas con trabajo en arte, memoria histórica y sanación.